viernes, 16 de marzo de 2018

LOS MAS NOTABLES CIENTÍFICOS


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LIMA PERU          16 MARZO 2018
EN MEMORIA DE STEPHEN HAWKING
César Hildebrandt
Tomado de “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 388, 16MAR18
A
 pesar de mis diversas ineptitudes siempre me han fascinado la física y la astronomía. De la física, prefiero la de las partículas. He leído mu­cho sobre el asunto y he entendido muy poco. Lo que más he entendi­do es que el hombre tiene un saber primario de las leyes que rigen el universo subatómico. Lo que sabe es que en ese universo de fotones, resplandores sin rastro, ubicuida­des casi mágicas, fantasmas me­nos que microscópicos, no gobier­na la ley de la relatividad general. Por eso la física anda coja, con aire de mutilado de guerra, partida en dos escenarios irreconciliables. En el mundo de las pequeñeces invisibles, en suma, la manzana no cae como en la leyenda funda­dora de Newton. Y los hachones desacatan lo armado por Einstein en relación al espacio y al tiempo.
La tecnología del consumo, las aspiraciones sobre la inteligencia artificial, el automatismo de las casas, los vehículos autónomos, las computadoras que te hablan, toda esa modernidad rutilante que nos venden con tarjeta de plástico esconde el gran vacío ojeroso de la física: la teoría del todo -algo que incluya al mundo visible y al invi­sible- no existe hasta ahora.
Stephen Hawking lo intentó, pero tampoco pudo. Su teoría de las cuerdas no es muy convincente y él mismo se encargó de desacreditarla con una declaración escép­tica del año 2002. “Me alegro de que la búsqueda del conocimiento nunca vaya a terminar”, dijo en esa ocasión.
Mi amor de amateur incompe­tente por la física y la mecánica cuántica me han servido para cer­tificar los límites restringidos del conocimiento científico. La sober­bia humana ha sido sepultada.
Dicen que encontraron el bosón de Higgs gracias al acelerador de partículas de 10,000 millones de dólares localizado en la fronte­ra franco-suiza. Se alegraron por ello hace cinco años. Pero, como algunos lo han reconocido, eso ha significado muy poco. Casi nada. El bosón de Higgs debía de exis­tir inexorablemente porque se le consideraba la argamasa ances­tral de la materia. ¿Y?
‘Ya hemos cerrado un capítulo de la física. Para llegar al siguien­te con absoluta certeza tenemos que llegar a ha­cer experimentos con una energía de diez elevado a diecinueve elec­tronvoltios. Una energía muy por encima de nues­tras capacidades técnicas”, ha dicho Mario Herrera Valeo, físico y cosmólogo graduado en el Politéc­nico de Lausana, Suiza.
El idiotismo internacional pre­tende decimos que el progreso de la ciencia marcha con botas de sie­te leguas.
Lo cierto es que ni siquiera he­mos entendido la armazón raigal de los átomos que nos hicieron.

Si la física de partículas sirve para que renunciemos a la vani­dad, la cosmología nos termina de abrumar.
Por más telescopios que lan­cemos al espacio, por más rayos gama que podamos detectar a miles de años luz, nuestro horizonte de conocimientos sobre el cosmos es paupérrimo. Las fanfarrona­das de algunas series de TV sir­ven de analgésico para el ego dolido de la humanidad, pero lo cierto es que ignoramos casi todo y lo que más ignoramos es hasta qué pun­to los humanos somos una loca singularidad.
La teoría del big bang, una de las intuiciones geniales que Stephen Hawking ayudó a construir, es sólo eso: una especulación hipnótica, un sueño magistral. Lo que es certeza sin discusión es que el universo se expande con crecien­te celeridad y está poblado ma­yormente de materia oscura. ¿Sa­bemos qué es esta nada que llena el universo? No. Se tejen teorías al respecto.
¿Sabemos con exactitud cuánto durará nuestra estrella doméstica, el sol? No confíe demasiado en la cifra redonda de los optimistas: 5,000 millones de años. Al final de cuentas, la fusión del hidrógeno, que el hombre no ha podido replicar en los laboratorios hasta el día de hoy, podría tener inci­dentes no demasiado previsibles.
La muerte de un hombre ge­nial y entrañable como Hawking sí que nos sitúa ante lo que es otro tema indiscutible: la mara­villa de la inteligencia humana. Ha muerto Stephen Hawking a los 76 años y casi podría decirse que la ciencia de la astronomía y de la física se ha vuelto a quedar viuda, tras la inmensa viudedad causada por la muerte de Albert Einstein.

HOMENAJE A EINSTEIN*
César Hildebrandt
Albert Einstein fue probablemente el hom­bre más importante del siglo XX. Y no sólo por su descomunal inteligencia sino por el rol ejemplar que cumplió en relación a los valores que harán posible, algún día, la paz.
Los judíos en general, sin embargo, no lo re­cuerdan como debieran recordarlo. Ni siquiera este año (2008), que ha sido el del sexagésimo aniversario de la creación del estado de Israel, la figura de Einstein ha merecido el homenaje que las comunidades judías podrían haber programado como un modo de re­cordarnos qué tipo de compromiso debe adquirir la ciencia con los problemas del mundo y sus posibles soluciones.
Quizá esa conducta se deba a que Einstein jamás dejó de insistir, por ejemplo, en que la única solución para Palestina era la convivencia armoniosa de ára­bes y judíos. En un famoso discurso sobre el tema, Einstein sostuvo que el referente ideal para esa coe­xistencia basada en el mutuo respeto debía ser Suiza, "que representa un grado superior en el desarrollo del Estado, precisamente porque está constituida por varios grupos nacionales".
Y enfatizó: "Establecer una cooperación satisfacto­ria entre árabes y judíos no es problema inglés sino nuestro. Nosotros, es decir judíos y árabes, nosotros mismos tenemos que ponernos de acuerdo respec­to a las exigencias de ambos pueblos para una vida comunitaria".
Einstein fue, por supuesto, sionista. Pero fue ene­migo del sionismo armado y terrorista que muchos judíos asumieron como "una penosa necesidad". Por eso es que el 10 de abril de 1948, requerido por una asociación judía norteamericana que buscaba fondos para la llamada "Banda Stern" -organización terroris­ta fundada por Abraham Stern y dedicada a expulsar a los árabes de ese territorio que debía ser binacional-, el preclaro judío Albert Einstein respondió de esta manera:
"Cuando una catástrofe real y final recaiga sobre nosotros en Palestina, el primer responsable de ella serán los británicos y el segundo responsable serán las organizaciones terroristas nacidas de nuestras propias filas. No estoy dispuesto a ver a nadie asociar­se con esta gente criminal y descarriada".
Einstein era judío y sionista, pero entendió siem­pre el movimiento fundado por Herzl como una solu­ción y no como una fuente crónica de odio y críme­nes recíprocos.

¿Qué hubiera dicho Einstein de los crímenes de Estado perpetrados de manera sistemática por Israel? ¿Cómo habría reaccionado ante lo sucedido en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, donde el general Sharon permitió el asesinato de unos dos mil palestinos civiles y desarmados, incluidas decenas de niños, mujeres y ancianos?
Einstein habría sido, como muchos judíos pacifistas, un escandalizado enemigo de "la solución militar" que hoy secuestra a los políticos israelíes.
Porque Einstein odió doctrinariamente el milita­rismo y fue un instigador elocuente de la objeción de conciencia y de la desobediencia ante el llamado al servicio militar. En una declaración sobre la confe­rencia del desarme de 1932, dijo explícitamente: "El Estado debe de ser nuestro servidor y no nosotros esclavos del Estado. Este principio es negado por el Estado cuando nos obliga a hacer el servicio militar o participar en una guerra, sobre todo consideran­do que con ello se pretende la destrucción de otros hombres...".
-Ah, eso era en 1932 -dirá alguien. La verdad es que Einstein mantuvo su consistencia de pacifista luego del holocausto perpetrado por el nazismo y aun terminada la segunda guerra mundial. Invitado a hablar sobre la paz por la viuda de Roosevelt, en 1951, leyó, desde Princeton, una declaración que pa­rece haber sido escrita para estos días sombríos de los Bush y sus guerras:
"Toda la política exterior está dominada por un único punto de vista: ¿Cómo actuar para, en caso de guerra, vencer al enemigo? Estableciendo bases mili­tares..., armando y apoyando... a los aliados potencia­les. Y en el interior de los Estados Unidos, concentran­do gran parte del poder financiero en manos de los militares, militarizando a la juventud, controlando la lealtad de los individuos y sobre todo de los funcio­narios, intimidando a quienes piensan políticamente de otro modo, e influenciando en la mentalidad de la población por medio de la prensa, la radio y la es­cuela, así como poniendo en práctica una creciente censura de las comunicaciones bajo el pretexto del secreto militar".
Einstein siempre creyó que la mejor religión con­sistía en amar la vida, todas las vidas, las de todos los prójimos.
“El judaismo no es una fe -escribió en unas líneas dedicadas a separar la religión judía de todo paren­tesco con cualquier fanatismo-. Está claro -añadió- que servir a Dios es lo mismo que servir a los seres vi­vientes... La comunidad de los vivos es sentida hasta tal punto como un ideal, que los mandamientos que rigen la santificación del Sabbat incluyen expresa­mente a los animales. Más prístina se destaca todavía la solidaridad entre los. humanos y no es un azar si las reivindicaciones socialistas salieron sobre todo de judíos..."
Sionista y democrático, judío y socialista, más ag­nóstico que otra cosa en materia de religión, pacifista y justiciero, Einstein merecería ser, otra vez, el mayor orgullo de la nación judía. Él y no Ariel Sharon, ese Ka- radzic del sur libanés. Él y no aquellos que sembraron vientos para luego cosechar tempestades que llama­rán a otros vientos y a otras tantas tempestades, y así hasta la náusea y hasta la muerte, siempre.
* 5 de agosto del 2008.

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