sábado, 23 de abril de 2016

COYUNTURA POLITICA PERUANA


LECTURAS INTERESANTES Nº 698
LIMA PERU            23 ABRIL 2016
NO REINCIDIR EN LA INFAMIA
César Hildebrandt
Tomado de “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 296, 22ABR16 p. 12
Los líderes guían, orientan, persuaden. Para eso, claro, tienen que haber fijado una posición, una meta.
Alfredo Barnechea ha decretado el rompan filas en Acción Popular y ha dicho poco menos que cada uno de sus votantes elija a Keiko Fujimori o a PPK porque digamos que da lo mismo.
Víctor Andrés García Belaunde, cada vez más desorientado, ha dicho que está de acuerdo.
No, pues, Alfredo. No es lo mismo votar por la representante de la más podrida dictadura que haya padecido el Perú en el siglo XX que hacerlo por un derechista sin vocación totalitaria ni prontuario en palacio de gobierno.
Los programas de ambas opciones se parecen formalmente, pero los designios son distintos. Nadie se imagina a PPK junto a las Chávez o las Cuculiza o los Rodríguez Medrano o las Colán (o Chlimper, Yoshiyama y el compay Ramírez) urdiendo la manera de cargarse un medio de prensa hostil o intentando que el TC cambie de miembros a la mala.
Keiko, que es un homenaje viviente a la hipocresía (lo que demuestra el amor por su padre), es un peligro para la democracia si se tiene en cuenta el control que ya ha asegurado en el Congreso. La concentración de poder que adquiriría llegando a la presidencia convertiría su mandato en una versión aún más robusta que la satrapía que su padre construyó a partir de 1995.
¿Eso quiere Barnechea? ¿Agudizar las contradicciones? ¿O es que, en realidad, a su paladar de viajado gourmet no le apesta el chicharrón del fujimorismo carretero? A fin de cuentas, querido Alfredo, nadie te recuerda amenazado por la dictadura ni perseguido por sus esbirros ni calumniado por su prensa chicha. ¿Será por eso lo de tu criolla indiferencia?
Estamos en peligro de recaer plenamente en el lodazal del fujimorismo y hay gente que finge no darse cuenta de ello. Los del Frente Amplio, por ejemplo, no se pronuncian con la rotundidad que la amenaza exige. ¿Qué creen? ¿Que el fujimorismo a dos cachetes -Congreso y Ejecutivo- no les hará la vida imposible? ¿Creen que el movimiento antiminero no pagará las consecuencias? ¿Que las ONG con las que trabajan no serán reprimidas si Keiko da el paso siguiente? ¿No les basta con lo que ha dicho la Chacón ("el Poder Judicial le debe explicaciones al país en el caso Fujimori") o con lo que ha ladrado Becerril (eso de que el mandato popular borra a las minorías como dignas de dialogo)?
Pero si no fuera el miedo al regreso de una organización criminal al poder, la oposición a Keiko Fujimori tendría que ser un asunto de dignidad. ¿De qué está hecho mi país para que la señora que estudió en el extranjero con dinero robado por su padre, condenado por ratero y asesino a 25 años de cárcel, esté a punto de llegar a la presidencia después de haber obtenido 72 curules con apenas el 28% de los votos absolutos?
 
¿Se imaginan a un hijo de Pinochet llegando a La Moneda? ¿A un hijo de Videla postulando con éxito y obteniendo la mayoría aplastante del Congreso? ¿A una hija de Bordaberry en olor de multitud en el Uruguay de hoy? Los países lamen sus heridas discretamente, hacen sus duelos, limpian el aire de los malos tiempos pero no suelen reincidir en la infamia. El Perú como lo demuestra la historia, sí.
Alberto Fujimori robó y permitió el robo de miles de millones de dólares, lanzó sus flui­dos corporales sobre las instituciones de­mocráticas, pudrió hasta la médula a las Fuerzas Armadas y aupó a su siniestro secuaz a un poder que no tenía límites ni leyes que lo contuvie­ran. Cuando la hez de su régimen fue asunto público, huyó del país, renun­ció por fax y sacó a relucir su ciudada­nía japonesa para ser senador del país que nunca había dejado de amar. Mu­chos peruanos aman a este persona­je. Son los herederos de los que no se sentían incómodos cuando el ejército de Chile ocupó el país durante aque­llos largos cuatro años de felonías.

 

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