miércoles, 23 de septiembre de 2015

TÚPAC AMARU EN EL ALTIPLANO

[Primera Parte]

La reciente aparición en castellano del nuevo libro del historiador norteamericano Charles Walker sobre la “Gran Rebelión” iniciada en las provincias altas del Cuzco en 1780, liderada por José Gabriel Túpac Amaru y Micaela Bastidas Puyucahua, ha suscitado gran interés entre historiadores, académicos y el público lector en general. Nuestro colaborador Nicanor Domínguez comenta la obra, y en especial la novedosa manera de entender la violenta expansión del movimiento rebelde al altiplano surandino, que propone Walker en su libro. Asociación SER

Escribe: Nicanor Domínguez
En: Cabildo Abierto 19 SETIEMBRE 2015 / Nº 80
El tema de la “gran rebelión” surandina de 1780-1783 ha retomado
actualidad con la publicación del libro “La rebelión de Tupac Amaru” (Lima: IEP, 2015), de Charles Walker. El autor ha optado por una historia narrativa (que presenta paso a paso el desarrollo de los sucesos, mostrando las incertidumbres de cada momento y evitando un análisis determinista), exponiendo de manera clara y crítica las interpretaciones sobre el movimiento rebelde (interpretaciones previas así como propias, aunque sin abundar en complicados debates historiográficos). Esta estrategia discursiva y analítica resulta más accesible a los lectores, que en el Perú de hoy parecen estar demandando conocer un pasado del cual todos creen saber algo, pero que no terminan de entender a cabalidad. La primera virtud del libro de Walker es que no se detiene en los momentos de la captura, el juicio y la ejecución de Túpac Amaru en abril-mayo de 1781 (capítulos 6 y 7), sino que trata de incorporar coherentemente la llamada “segunda fase” de la rebelión de 1781-1782 (capítulos 4, 8-10), así como la última etapa represiva, ocurrida en 1783 (capítulos 11 y 12). La última vez que se intentó hacer algo así fue en 1967, cuando se publicó la versión definitiva del libro del investigador polaco-argentino Boleslao Lewin. Esta visión integral no caracterizó a los historiadores peruanos o bolivianos, con tendencias más o menos nacionalistas. Las investigaciones en el Perú se centraron en la figura heróica de Túpac Amaru (C.D. Valcárcel, J.J. Vega, Angles Vargas), y en Bolivia, en la de Túpac Katari(Ma.E. Valle de Siles). Walker no solo retoma datos de Lewin y otros estudiosos, sino que ha revisado directamente documentos de archivo conservados en España, el Perú y en bibliotecas de Estados Unidos, así como colecciones documentales publicadas en los siglos XIX y XX. A esa
Charles Walker
documentación se suman el amplio conocimiento de los renovadores estudios de Historia Social y Económica sobre el siglo XVIII producidos desde la década de 1960 (iniciados por Pablo Macera), los estudios específicos sobre movimientos sociales de ese siglo, de las décadas de 1970 y 1980 (J. Rowe, A. Flores Galindo, S. O’Phelan, J. Golte, S. Stern), y más recientes (W. Stavig, S. Serulnikov, S. Thomson, D. Cahill), así como diversos esfuerzos para entender las “mentalidades” de la época (J. Szeminski, J.C. Estenssoro). Así, se analizan viejos y nuevos datos documentales, que son contrastados con interpretaciones antiguas y modernas, produciendo la mejor síntesis sobre el tema de la que hoy disponemos. Pese a las limitaciones de la documentación, Walker intenta recuperar la importancia de las mujeres y de la gente común que conformó la tropa de las fuerzas en conflicto. Por un lado, resalta el liderazgo de Micaela Bastidas, lamentando que sobre ella exista tan poca evidencia en los archivos (y menos aún sobre otras mujeres que ocuparon roles dirigenciales o de apoyo a la rebelión). Por otro, se enfoca tanto en los campesinos indígenas que se sublevaron pensando que Túpac Amaru era su Inca, como en los soldados del ejército realista enviado desde Lima, y que estuvo conformado mayormente por mulatos y negros libres. Los esfuerzos y padecimientos de todos ellos encuentran lugar en la visión del autor, que evita hacer una narración heróica de los hechos, pese a su evidente simpatía por Túpac Amaru y su causa anti-colonial. Otros dos puntos merecen ser destacados, aunque sea brevemente: A nivel individual, Walker nos presenta a un Túpac Amaru complejo y a veces contradictorio. En otras palabras, nos muestra a un ser humano con fallas y errores, pese a su simpatía por el personaje.

Asimismo, resalta las distintas lógicas de la represión colonial de la “Gran Rebelión”, que no fueron uniformes ni homogéneas. Destaca no solo el rechazo que una amplia mayoría de kurakas y de familias incaicas del Cuzco sintieron contra Túpac Amaru (cuyos reclamos de ser el último descendiente de los Incas no aceptaban), sino también el activo rol de la Iglesia, comandada por el Obispo Moscoso, hábil criollo arequipeño. Además, distingue entre la política negociadora del virrey Jáuregui, que buscó una tregua con los rebeldes, y las posturas represivas más duras del visitador Areche y el oidor Mata Linares, que diseñaron y presidieron la ejecución de los líderes tupamaristas en mayo de 1781. Nos llama aquí la atención el contraste entre un militar conciliador, que sin duda conocía las penurias de la guerra, y la rigidez de los “civiles” con formación en leyes e influidos por la Ilustración, que exigían la brutal sumisión de los rebeldes en nombre del respeto absoluto a la autoridad del rey Carlos III. En la sección final del libro, “El legado de Tupac Amaru”, Walker presenta brevemente las variadas formas en que la figura del líder rebelde ha sido rememorada en los últimos dos siglos. Las autoridades coloniales silenciaron su recuerdo y los criollos de la República Peruana mantuvieron mayormente esa actitud, temiendo siempre la posible insubordinación de las masas indígenas. La lenta recuperación historiográfica de la figura de José Gabriel Túpac Amaru comenzó en la década de 1940 y alcanzó su punto más visible durante el gobierno militar del gral. Velasco (1968-1975), cuando fue convertido en el héroe de la “verdadera independencia nacional”, precursor no solo de la independencia política de 1821-1824, sino de la reforma agraria decretada en 1969. En otras palabras, el Túpac Amaru heróico y revolucionario al que estamos hoy acostumbrados, y que inspiró a movimientos guerrilleros en el Perú (el MRTA) y Latinoamérica (los Tupamaros de Uruguay), así como a radicales norteamericanos (la madre del cantante de “rap” Tupac Shakur fue militante de los “Black Panthers” en la dé- cada de
1970), tiene apenas 40 ó 50 años de existencia en la imaginación popular, tras 150 años de olvido oficial. Pero volvamos al tema de la “segunda fase” de la “Gran Rebelión”. Las acciones iniciadas en la provincia de Tinta por Túpac Amaru, en noviembre de 1780, tuvieron como espacio principal la región del Cuzco. Durante seis o siete meses, hasta las ejecuciones de mayo de 1781, las principales actividades de los rebeldes ocurrieron allí. Sin embargo, las noticias de estos sucesos iniciales llegaron a las ciudades surandinas (Arequipa, Puno, Chucuito, La Paz, Oruro, Chuquisaca), así como a las capitales virreinales de Lima y Buenos Aires, con algunas semanas de diferencia. La posibilidad concreta de una ruptura del orden colonial existente afectó a diversas zonas del sur andino (Lewin pensaba en una gran conspiración coordinada con antelación por Túpac Amaru, aunque hoy se entiende que la aplicación de las “Reformas Borbónicas”, en la década de 1770, produjo un descontento generalizado, que motivó en varias zonas surandinas el rechazo violento de los distintos grupos sociales afectados). La “segunda fase” de la rebelión duró al menos diez meses, entre abril de 1780 (cuando Diego Cristóbal Túpac Amaru logró escapar hacia el Altiplano y asumió el liderazgo en Azángaro) y enero de 1782 (cuando Diego Cristóbal y el obispo Moscoso se reunieron en Sicuani, gracias al armisticio y perdón general ofrecido por el virrey Jáuregui). En ese lapso, la ciudad de La Paz había sido sitiada durante varios meses, hasta que el líder aimara Julián Apaza, “Túpac Katari”, fue capturado por un ejército proveniente de Buenos Aires y ejecutado (15 de noviembre de 1781). Sin embargo, el armisticio de enero de 1782 no fue aceptado por todos los rebeldes (como Pedro Vilca Apaza), lo que prolongó la represión en el altiplano hasta mediados de ese año. Al final, ante el temor de un nuevo levantamiento, Diego Cristóbal y sus parientes más cercanos fueron encarcelados y ejecutados en el Cuzco (julio de 1783). Los pocos sobrevivientes de la familia fueron exiliados a España, en 1784 (20 años después, solo Juan Bautista Túpac Amaru regresó, y falleció en Buenos Aires en
1827). Esta “segunda fase” de la “Gran Rebelión” es recordada por la cruda violencia que se generalizó en el altipano. En palabras de Walker: “Una tendencia destaca en la rebelión: La agresión en ambos bandos se incrementa y se hace más terrible conforme el levantamiento se aparta de su base en el Cuzco y transcurren los meses” (p. 30). ¿Cómo explica el autor esto? Walker nos dice: “La espiral de violencia se salió de control a causa de tres factores superpuestos: liderazgo, cronología y geografía” (p. 31). Comentaremos su explicación en un siguiente artículo. En su libro, Charles Walker recoge el rol que cumplieron la Iglesia y la mayoría de kurakas y familias incaicas del Cuzco en el curso que siguió la rebelión de Túpac Amaru. historia * Historiador especializado en los Andes coloniales.


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