jueves, 19 de febrero de 2015

ANALISIS. FESTICANDELARIA 2015

FIESTA DE LA CANDELARIA: ¿PORTAZO O ESCLUSA?
Escribe: Augusto Sánchez Torres[i]
Especial para diario LOS ANDES y punoculturaydesarrollo.blogspot.com
Ahora que la moderación apolínea ha templado el ambiente fogoso dionisíaco, es menester alcanzar algunas pequeñas reflexiones sobre nuestra querida fiesta de la Candelaria. ¿Es la Candelaria una fiesta religiosa, un carnaval, una muestra cultural-identitaria, una festividad religiosa aymara-quechua, un negocio, una esfera pública para el status (político, social, económico)? ¿Tiene uno o más sentidos? Son cuestiones que hay que responderse poco a poco; aquí un pequeño aporte.
El debate a raíz de la Declaración de la Unesco sobre la patrimonialidad inmaterial de la fiesta de la Candelaria ha permitido mostrar algunas facetas claramente identificables. En un extremo se muestra un grupo que llamaré puneñistas puristas, o culturalistas etnocéntricos puneños. Estos se caracterizan porque anteponen un sentido de primacía de lo puneño (en la danza, en la música, en la identidad, etc.) como punto de partida y validez de la fiesta. Junto a este grupo aparece la iglesia ‘oficial’ puneña que actúa en el afán de darle un solo sentido a la fiesta: el religioso-católico, el de la veneración a la Virgen María. Ambos, lo uno en lo cultural y lo otro en lo religioso, pretenden presentar la fiesta como una univocidad de sentido: la fiesta es puneña y católica. En el otro extremo hay un frente económico y político, e inclusive social, que saca ventaja de la fiesta para sus casillas particulares. Este grupo por no tener una relación festiva con el evento Candelaria sino sólo de aprovechamiento, lo denominaré el del sin sentido festivo. Por ahora no me ocuparé de este grupo, sino del anterior y del que presentaré a continuación.
En efecto, en un punto medio diría, hay un frente, más amplio, que no parte desde ningún principio cerrado ni participa ‘devorando’ la fiesta, sino que vive la fiesta en una pluralidad de sentidos, pluralidad que reconoce distintas formas de relación con la fiesta de la Candelaria, y que no se muestra, por decir, desparramada sino reunida en torno a un topos común: el lugar y el tiempo memorable celebrativo, es decir, Puno, la Virgen de la Candelaria y los primeros días de febrero.
Don Juan Mamani
Los principistas o puristas actúan bajo el paradigma del portazo: cerrar y negar el valor del aporte a lo no-puneño. Los pluralistas actúan bajo el paradigma de la esclusa: las expresiones espirituales, culturales actúan como bisagras, permiten desde su experiencia original dialogar con otras tradiciones y se abren a nuevas expresiones. A mi parecer es esta última la que vitaliza la festividad toda.
En efecto, tengo la impresión que desde hace mucho tiempo la fiesta de la Candelaria carece de una unidad de sentido, y que por el contrario tiene una polivalencia de sentidos. El hecho que esté originado en la tradición cristiana-católica no le quita que haya mostrado otros sentidos. Me refiero, por una parte, que ha desvelado el sentido quizá más auténtico, el del mundo aymara-quechua y su religare con la pachamama (esto lo vemos en las danzas autóctonas); así como también ha servido para hacer aparecer otro carácter totalmente humano: lo festivo-carnavalesco, que aunque se desborda en su esencia carnavalesca no se aleja de lo que le congrega: el topos común y el tiempo memorable.
Bueno, entonces ¿está mal que esta fiesta haya devenido en varios sentidos? Obviamente que no. La fiesta si bien tiene un momento originario que le da una identidad primaria fuerte, no podría seguir existiendo sin alimentarse de lo ‘de afuera’ y de lo nuevo. Por lo tanto, no debe extrañarnos que para unos el valor unívoco originario tiene más sentido, y eso no está mal; pero para otros (la gran mayoría) la pluralidad de sentidos puede convivir muy bien. Aquí me parece crucial relievar el modelo dialógico y bipolar de la zampoña: aquí no hay ‘vida’ sin el otro y sin el diálogo; lo otro es mi complemento. La fiesta también significa un espacio de diálogo de la pluralidad de sentidos buscando un lugar sincrético. Restringir, reducir y subsumir los diferentes sentidos a uno solo (por decir, al religioso católico-cristiano; o dar validez sólo a lo “puneño”) no hace sino entorpecer ese carácter dialógico de complemento; y al contrario puede empujar hacia algún modo de dominio violento.
Esto nos lleva al terreno de la tradición y de la identidad cultural. Los “puristas” pretenden reivindicar una tradición conservadora. En verdad, la ciencia social ya nos ha dicho que no hay tradiciones ni culturas cerradas, todas van abriéndose a nuevos encuentros con otras tradiciones. No suena bien por eso que algunos ‘puneñistas’, inclusive de raigambre intelectual, hayan emprendido una batalla verbal con sus pares de Bolivia respecto de la originalidad y de la correspondencia de algunas danzas, aun cuando ambos gozamos de una sola vena cultural. Ya sabemos que las expresiones artísticas, culturales, espirituales, rituales, festivas no son patrimonio sólo del que los crea sino también del que los vive, o mejor, de la comunidad que le da vida y vigencia; entonces, el patrimonio viene del lado del que baila, del que ejecuta (música), del que ritualiza, del que practica. La fiesta, por ello, no es un portón que pone parámetros, sino una esclusa que está abierta a nuevas experiencias de sentido; y que en su vitalidad, además de tener una pertenencia comunitaria originaria, se ve impulsada a ser inclusiva y exógena.
Es inclusiva porque recibe los aportes de propios y extraños en cada momento festivo (cada año), y es exógena porque se abre a otros horizontes, a otras tradiciones. Y lo mejor, se vale también de otras tradiciones. Una fiesta como la Candelaria es típico ejemplo de encuentro de horizontes, encuentro de tradiciones, de diálogo de horizontes. En la práctica se cumple este encuentro, esta interculturalidad. No hay que olvidar que el pueblo danzante y festejante maneja simbológicamente estos encuentros; a veces no requiere ni verbalizarlos, ni escribirlos, ni conceptualizarlos. Pues, lo simbológico no siempre se dice, sólo se vive. Por ello, prohibir la participación de bandas bolivianas, o criticar a los festejantes ‘afuerinos’ suena mal. El arte y peor la música no se pueden canonizar, ni regionalizar ni cerrar. La fiesta es fiesta porque en ella participan muchos. Lo festivo si bien tiene una centralidad por el origen, por su desarrollo posee apertura. La fiesta es origen e incremento. No hay cultura pura, ni fiesta pura. Una fiesta se vitaliza por el reconocimiento del otro, y esos otros, en verdad son la vivencia de lo que se pretende propio. En otras palabras, lo propio tiene una fuerte relación dialéctica con la alteridad, con lo extraño y lo nuevo.
A pesar de los puristas o de las voces ‘oficiales’ de la fiesta de la Candelaria, el pueblo que percibe la fiesta como su alma o como símbolo, seguirá aceptando a los de adentro y a los de afuera, seguirá sacando lo sagrado de su origen (tradición) pero lo irá enriqueciendo con el horizonte de lo nuevo y de lo extraño.
Febrero de 2015




[i] Filosofo. Catedrático de la USMP. Músico compositor puneño

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