lunes, 28 de marzo de 2011

EL COLECCIONISTA DE COSTUMBRES




En más de 30 años ha reunido unos 600 trajes tradicionales. Él trabaja con 162 comunidades para rescatar del olvido 150 danzas

Vanessa Romo Espinoza
EL COMERCIO. Lunes 28 de marzo de 2011

Rolando Colquehuanca Apaza las ha contado bien, las ha recreado y bailado una y otra vez en su mente.
Son 748 danzas las que Puno guarda como uno de sus tesoros culturales más sagrados. Son 748 historias bailables que viven aún en las 13 provincias de esta región altiplánica. Sin embargo, Puno las va olvidando gradualmente,
las ha ido borrando de sus tradiciones para convertirlas en leyendas.

Y eso es lo que atormenta a Rolando. Él es un coleccionista de costumbres. Se ha dedicado más de 30 años de los 40 que tiene a recorrer Puno y a escarbar en los más profundo del pueblo para recuperar sus hábitos y fiestas, su vestimenta e identidad. Rolando no sabe lo que es presente sin pasado.
Su trabajo es un compromiso. O como él dice, siente por la cultura algo que solo puede describirse como una pasión insoportable.

Cuando habla de una provincia, se remonta a lo que sus antepasados solían bailar y vestir para representar el pastoreo, un casamiento o hasta la fiesta por el santo del pueblo.

“En Juliaca se bailaba soldaditos de Santa Catalina en noviembre, una coreografía que ridiculizaba a los soldados españoles”, recuerda. Ya no ha vuelto a ver esa danza otra vez. Cada año una nueva danza desaparece por la falta de interés del pueblo por repetirla y por la desidia de la juventud”, dice Rolando atormentándose otra vez.

Pacto con la cultura

Tenía 8 años cuando el primero de los más de 2.000 accesorios que posee en su colección pasó volando sobre su cabeza. Era la montera de su abuela paterna, de Huata, a media hora de Puno. “Cuando murió mi abuela, mis tíos se arrojaban la montera como si no sirviera. Esa prenda era de su madre, yo no entendía su desapego”, recuerda
con tristeza. Esa montera es su más grande riqueza.

Desde los 14 empezó a comprar prendas antiguas de los pueblos que visitaba para luego venderlas a los turistas. “La gente de afuera te hace querer más lo que tienes”, dice. “Antes yo vendía todo hasta que me di cuenta de que no podía hacer como otros, que trafican con la cultura de nuestro pueblo”, agrega. Por eso ahora trabaja con 162 comunidades de las 13 provincias, incluso de Sandia, selva de Puno con difícil acceso. “Voy a los pueblos a capacitar a los pobladores para volver a confeccionar esas piezas que han perdido, como la pujllay de Santiago, en Azángaro o los carapulis en Juli”, dice. Hay 150 danzas que están en peligro de desaparecer. Rolando se sigue atormentando por eso, pero también sigue enseñando a evitar estas pérdidas.

Legado

A sus 40 años no tiene hijos, pero quiere dejar herencia: el estudio de la cultura puneña. “Yo me he casado con ella”, dice con una sonrisa platinada mientras ordena con memoria de inventario los anaqueles del museo que mantiene desde el 2006 en un segundo piso de su tienda en Puno. Es el Museo Etnológico del Altiplano, con unos 600 trajes completos de las 748 danzas de la región.

“Necesitamos un lugar más grande, pero ni la municipalidad ni la Dirección de Cultura nos escuchan”, reclama.

Mientras tanto, Rolando trabaja en otros proyectos para que el amor por la cultura llegue a todos. Por eso creó el concurso Belleza del Altiplano, en que señoritas de todas las provincias deben dominar la historia de sus pueblos. “A los jóvenes hay que enseñarles a querer y respetar lo que nos han dejado nuestros antepasados”, sentencia.

Tener esta pasión insoportable para Rolando es, más bien, gratificante.

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